Informe sobre Wuhan

Desde ahora, el Instituto estará intervenido por el Comité Sanitario militar. Nadie del Instituto o del Hospital debe salir de aquí. He declarado una estricta cuarentena

Ahí están mis notas de investigación. la evidencia muestra que el SARS-CoV-2 es un producto de laboratorio creado utilizando los coronavirus de murciélago ZC45 y / o ZXC21 como base. En algún momento de nuestro estudio, logramos sintetizarlo.

La doctora Li levantó sobre su cabeza la mascarilla y secó su rostro sudoroso. Tenía un aspecto cansado. Con un gesto de fastidio arrancó la bata de papel y tironeó los guantes de látex sujetos  con cinta adhesiva hasta rasgarlos, los quitó y arrojó todo con violencia en un recipiente metálico.

El paciente internado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Central de Wuhan, no aguantó. Con sus pulmones a punto de estallar, ni el oxígeno administrado rápidamente ni la intubación ni el inicio apresurado de la ventilación mecánica lo aliviaron. Murió con los ojos muy abiertos llenos de ansiedad. Era un trabajador de su Instituto, y por eso ella estaba allí. La llamaron en medio de la noche para que lo atendiera, así que se vistió rápido sin ducharse y partió.

El Instituto de Investigación en Enfermedades virales de Wuhan no estaba lejos del Hospital, y su pequeño alojamiento estaba a una calle, de modo que no demoró, aunque ella nada nuevo pudo hacer. Todo lo que intentaron fue inútil. Ordenó cultivar la ropa, los líquidos pulmonares, y las mucosas. Los enfermeros prepararon el cadáver de acuerdo al procedimiento para su cremación inmediata. Cuando se dispuso a descansar un momento, una enfermera totalmente envuelta en vestimentas de papel le tocó el hombro y hablándole al oído le avisó que la esperaban en una oficina.  Mojó su rostro en agua helada, se secó con una toalla de papel y salió.

La esperaban dos médicos de rostro impasible, ambos tocados con una gorra militar. Suspiró, sabía que esto vendría. Pero ella los detuvo con un gesto. Antes de hablar quiso verificar la trayectoria del enfermo desde que ingresara al Hospital hasta la UCI. ¿Quién lo trajo hasta allí?, ¿quién o quiénes lo recibieron?, ¿lo aislaron? Les avisó que volvería en breve con más información.

Encendió su tableta para registrar las respuestas y receptar los envíos electrónicos de la admisión en Emergencia, y las pruebas que le realizaron.

Se sentó con una enfermera joven, desolada. Apenas podía hablar, no la miraba, le hablaba a sus zuecos protegidos. Li anotaba todo.

Zeng había llegado en un taxi con su hija y su compañera. Ambas estaban sentadas en la sala de espera, la cabeza entre las manos. Li ladró un par de órdenes cortantes para que fueran removidas del lugar y depositadas en una sala estéril. Era una medida tardía, debía llamar para que desalojaran la Emergencia y procedieran a su desinfección inmediata, luego de tomar muestras de las paredes, el piso, los asientos. Las dos mujeres dolientes debían ser despojadas de su ropa y sometidas a una ducha desinfectante.

Ordenó tomar nota de los nombres y condición de todos los que habían estado en la sala junto a Zeng y su familia. Varios de ellos habían ingresado a los consultorios para ser evaluados o tratados. Debían seguirlos. Los sanitarios que los vieron y revisaron también debían ser estudiados y aislados. La Emergencia de Wuhan, como Hospital de referencia, estaba siempre muy ocupada. 

— ¡De inmediato!— bramó.  

Rápidamente montó un pequeño escuadrón de trabajadores para hacer cumplir sus órdenes. Se escuchó un murmullo de protesta entre los pacientes que aún quedaban, cuando a los empujones fueron llevados rápidamente a cuartos desocupados.

Una vez que puso en marcha la maquinaria, dejó a cargo a uno de los médicos de la Emergencia. Le ordenó vestirse con una bata quirúrgica, lo mismo para todo el personal y los pacientes. Se movían con precisión militar. Esto no era un simulacro, era una situación real de riesgo biológico, para el que se habían entrenado con drills cada 6 meses, en preparación para situaciones de desastres.

Esto lo hacían en toda China para cumplir con los protocolos de emergencia con rigor militar. Lo de militar es literal, puesto que era el Departamento Sanitario del Ejército Popular quien estaba a cargo de organizar estos simulacros. La práctica venía de lejos, desde las guerras civiles, la Gran Guerra de Liberación contra la invasión japonesa, la Guerra de Corea, y otros episodios bélicos que los mantenían en alerta.

Las nuevas generaciones de médicos que se auto-educaban para avanzar en el escalafón hasta ser reconocidos como intensivistas bajo la dirección de los Jefes, miraban estas simulaciones con escepticismo, más propios de  dinosaurios  ajenos a los avances de la Medicina y las Ciencias de la Salud. Pero ella cumplía los protocolos, estaba alerta, bien entrenada y sabía lo que hacía. La doctora Li era muy respetada.

Volvió adonde la esperaban los médicos militares, sentados en la salita vacía, iluminados por una solitaria lámpara amarilla. Inmóviles frente a una mesa ocupando dos de las cuatro sillas que la flanqueaban, presentaban una imagen espectral. 

La interrogaron con palabras cortas y tajantes. Sabían lo que preguntaban, se dijo Li. Su preocupación estaba dirigida a entender el origen del episodio. ¿Cómo se había enfermado Zeng? ¿En qué trabajaba?

El desdichado era un trabajador técnico. Recogía y lavaba el material luego de ser esterilizado, y lo llevaba al depósito. Transportaba los tubos del material extraído a los casos  para su conservación en refrigeradores enormes a menos de 70º C.

—Todo el personal de mi área usa protección completa, doctor Wang — afirmó, categórica.

Debía mostrarse firme. Que no la vieran dudar.

—Doctora — dijo suavemente el doctor Wang — usted habla de casos. ¿Qué casos?

Esperaba que lo preguntaran. Necesitaban que lo dijera, pero seguro que incluso antes de venir, ellos ya lo sabían.

—Como ustedes deben saber — dijo en tono monocorde — mi división investiga toda muestra de virus extraídas de casos sospechosos de gripe aviar, porcina y humana.

—¿Y en este caso?

—Lo hemos mandado a analizar. Es claramente una infección por un virus respiratorio muy agresivo. Zeng empezó con síntomas hace un día. Fiebre, náuseas, dificultad respiratoria. Es un hombre de riesgo, diabético, de 60 años— dijo suspirando.

Wang insistió:

—Cuál era el caso en el que usted trabajaba en el Laboratorio, doctora Li?

—Un virus SARS— y luego subrayó entre dientes —el virus del Síndrome Agudo Respiratorio Severo. Lo venimos estudiando desde 2013, cuando una mujer que regresó enferma de su viaje a Hong-Kong, se presentó en la Emergencia y contagió a 20 enfermeras y algunos pacientes, pero dos contactos no enfermaron. La mitad del resto no pudo superar la infección, ella tampoco— Wang iba a hablar, pero Li lo detuvo con un gesto.

—Venimos haciendo pruebas para entender qué individuos son más susceptibles y por qué hay otros que estuvieron expuestos y no se enfermaron. Nuestro objetivo es encontrar una vacuna contra el SARS, y tenemos que entender el mecanismo de la infección y la respuesta inmunitaria.

Wang la interrumpió con su voz ronca y calmada, casi un susurro.

—Y…¿Zeng trabajaba en ese Laboratorio?— por primera vez Li bajó la cabeza, compungida.

—Sí

—¿Puedo sospechar entonces que se contagió de SARS allí y esa sería la causa de su muerte?

—Es posible. Lo sabremos en cuanto analicemos las muestras. Me las llevaré al Laboratorio y estudiaré su secuencia genética y  las compararemos con las muestras que tenemos.

El otro funcionario más joven la interrumpió cortante:

—Doctora Li, ¿cómo pudo ocurrir eso en su Laboratorio? Sería una negligencia inaceptable.

Li apretó los labios y luego dijo:

—No puedo asegurarlo aún, y usted tampoco. Mientras tanto, debemos tomar medidas urgentes, hisopar a todo el personal, aislar el laboratorio y a sus trabajadores, cerrar las instalaciones. Y alertar a la población para que se comuniquen de inmediato si tienen síntomas, o contacto con personas sintomáticas, y llamarlos a que concurran al Hospital para que los aislemos y estudiemos inmediatamente.

El doctor Wang meneó la cabeza y luego habló casi en un susurro:

—Le agradezco su claridad y firmeza. Ciertamente tiene sentido lo que dice. Pero…lamentablemente no podemos correr el riesgo de generar una alarma que no solo alterará a la población colapsando nuestros Servicios de Salud en Wuhan, sino en toda China, e internacionalmente. ¿Se da cuenta?— carraspeó y siguió —¿Recuerda usted lo que pasó en 2003, cuando por primera vez detectamos el SARS? El mundo entero se volvió contra China con un dedo acusador.  Ya habíamos sufrido los primeros casos de la Gripe Aviar, luego vino la fiebre porcina. Siempre la culpa fue de China. ¿Por qué? Porque les avisamos a todos lo que estaba pasando.  Y ahora, doctora Li, va a ser peor. ¡Originado en un Laboratorio! ¿Se da cuenta? ¡Usted será acusada de estar fabricando un arma biológica!

Wang se levantó de su asiento, y agregó

—El teniente Chou estará a cargo del Instituto a partir de ahora. Él se encargará de comunicarse con la prensa. No dude de que estaremos hablando a la población, pero no así.

—Usted debe quedarse aquí, doctora. En aislamiento, como todos los demás. Seguirá trabajando con el plan sanitario que nos comentó, y dará instrucciones a sus colegas del Laboratorio por teléfono. Desde ahora, el Instituto estará intervenido por el Comité Sanitario militar—  y señalando a su colega que también se había levantado de la silla, agregó—Nadie del Instituto o del Hospital debe salir de aquí. He declarado una estricta cuarentena.


La doctora Li pudo reconstruir los movimientos de Zeng interrogando con paciencia a su compañera y su hija. Zeng les dijo, visiblemente afectado, que terminó su trabajo de la mañana y se dirigió al mercado cercano donde compraba habitualmente su comida. A Zeng le gustaba ese mercado porque tenía mercadería fresca. Nada de conservas, eran animales vivos. Él los llevaba y los preparaba en una cocinita eléctrica que custodiaba con celo en un rincón de la sala de estar del Laboratorio. Allí comían juntos los trabajadores, en medio de bromas, y luego fumaban. Zeng separaba cuidadosamente algunos de estos alimanejos en un recipiente de plástico que dejaba durante el día en la heladera de la división. Con ese festín  alimentaba a su familia en la noche.

El venía del Oeste, de zonas campesinas. A veces sus padres no conseguían conchabo suficiente para comprar comida, y entonces el padre salía con Zeng a cazar murciélagos, que encontraban fácilmente a la noche, agolpados por centenares en los techos de los viejos galpones. Alguna que otra vez cazaban gorriones. Hubo ocasiones en que algún perro callejero se cruzó  en su camino y fue a parar a la olla.

Los murciélagos desollados eran sabrosos incluso sin cocinar. Era tal el hambre que Zeng se comía la cabeza de alguno antes de llegar a la choza común. Era comida; para él, un manjar.

Ahora Zeng yacía en la morgue del hospital a la espera de ser cremado. Los trabajadores sanitarios con casco, guantes y trajes impermeables y esterilizados entraron para llevárselo luego de rociarlo con alcohol. Su mujer y su hija lloraban en un cuarto aislado, sin saber cuál sería su destino.

—Se dijo— agregó mi interlocutora lentamente —que la doctora Li, atendiendo uno tras otro a los enfermos que llegaban con esa fiebre neumonal que se los llevaba en pocos días, no tuvo tiempo de darse cuenta cuándo se contagió. Murió en silencio o silenciada, según las distintas versiones de los pocos colegas que sobrevivieron.

Mi informante se detuvo llorando. Entonces reveló el porqué de su pedido al diario.

—Le he pedido verlo porque necesito de su ayuda para salir de aquí. Luego usted podrá publicar esto.

Se quitó la capucha y los anteojos, me miró y dijo:

—Soy la doctora Li. Yo era la directora del Laboratorio— dijo bajando la voz —. Hice correr la versión de mi muerte para poder escapar.

Por suerte grababa la conversación, estaba anonadado. ¿Quién era esta persona?  Ella había dicho al principio que todos en esa jornada del Hospital, tanto el personal como los  pacientes, murieron, incluyendo la doctora Li. Todos los que esa noche llegaron al Hospital de Wuhan buscando alivio a cuitas diversas, morirían sin que sus parientes, amigos, jefes, compañeros supieran que había sido de ellos. Los doctores del Comité Sanitario Militar, Chou y Wang, sacrificaron sus vidas en silencio. Nadie volvió a saber de ellos. ¿Entonces?

La doctora Li-Meng-Yan me entregó entonces unas carillas impresas.

—Ahí están mis notas de investigación. la evidencia muestra que el SARS-CoV-2 es un producto de laboratorio creado utilizando los coronavirus de murciélago ZC45 y / o ZXC21 como base. En algún momento de nuestro estudio, logramos sintetizarlo.

No pude reprimir una exclamación. La doctora Li continuó con su relato.

—¿Qué buscábamos? Una vacuna contra el SARS. Hay una proteína del virus, llamada spike que facilita la unión al receptor RBM en la superficie de las células pulmonares. Es la centinela específica — buscaba las palabras para ser lo más clara posible, en un inglés que me llamó la atención por su fluidez—. Aislar esta proteína  nos permitió confirmar que este virus es una mutación del virus presente en el murciélago, causante del SARS-CoV de la epidemia fatal del 2003. Buscando aislar esta proteína spike creamos el SARS COVID -2.

Bajó la vista, apenas la oía, así que subí el volumen del grabador y se lo acerqué.

—La evidencia sugiere que hubo una mutación en el Laboratorio al manipular la RBM.

 —En otras palabras, al revés de lo que se dijo, él se llevó el virus al mercado y gestó la mutación en los murciélagos— y con voz quebrada, agregó— las muertes en el Hospital y la de Chou y Wang fueron inútiles. El foco se convirtió en epidemia, los murciélagos la extendieron a otras regiones, y la epidemia se convirtió en pandemia.

Hizo una pausa, y, acongojada, me miró a los ojos y dijo

—Podríamos haber impedido la pandemia. No quisieron que se supiera, lo ocultaron, pensando que con los que estaban en el Hospital aislaban los casos y terminaban con el problema. Una mirada muy militar, pero poco científica.

—¿Y cómo hizo usted?

—El  enfermero que crema a los cadáveres me envolvió en sábanas estériles y me sacó por la lavandería junto a otras ropas. Él se escapó conmigo. Como todos los demás murieron, esto jamás se supo —no quiso revelarme como llegó a Hong-Kong. Asentí.

—¿Y por qué yo? — no pude dejar de preguntarle— Usted habla excelente inglés, podría haber hablado con cualquier periodista de Hong-Kong—. Me sonrió moviendo la cabeza.

—No confío en nadie aquí. Algo se filtraría, y recuerde que ahora la administración de Hong-Kong ya no está en manos de los ingleses sino de China. Además…

—Usted ha viajado a China varias veces, sabe cómo son las cosas.  Ahora, necesito que me ayude y hable con la Embajada de Estados Unidos en Madrid. Que ellos me saquen. Cuando lo hagan, usted podrá publicar esta entrevista— y rápida como el rayo se apoderó de mi grabadora, se levantó, volvió a su capucha y los anteojos, y mientras se alejaba rápido me dijo

—Cuando pueda salir de aquí se la devolveré, lo prometo.

Volví con las manos vacías y fui el blanco de las bromas pesadas de mis compañeros y la furia del Jefe, que ahora no sabría cómo coños justificar el gasto.

En marzo del 2021 me llegó un paquete de Los Ángeles. Era mi grabadora. Venía con una nota escrita a mano:

—Gracias por tu paciencia. Ya puedes publicarlo.

Lo hicimos. Claro está, ya no era una primicia. Aunque sí, mi nota fue muy festejada, al dar pie a cientos de comentarios conspirativos.

Millones de muertos por COVID-19, se dice que más de quince millones. Podrían haberse evitado sin el secretismo que, por otra parte, fue inútil. Como siempre lo es, creo yo.

Publiqué la nota con la ilusión de que no volviera a ocurrir. Pero claro, ahora tenemos nuevos secretismos y teorías conspirativas, muchos muertos y destrucción, por la invasión del Ejército ruso a Ucrania. Pero otros que saben más que yo escribirán sobre eso.

Meses más tarde, el mundo despertó a una pandemia de crecimiento exponencial. Los expertos la atribuyeron a un virus que llamaron SARS 2. Era SARS, pero con cambios genéticos. En el Laboratorio lo veían cambiar de secuencia velozmente. Era un virus de la familia del Coronavirus, un virus de la gripe. ¿Qué ocurrió entre noviembre del 2020 y enero del 2021, fecha en la que finalmente se filtró la información de la epidemia? Sigue siendo un misterio.

China controló al Coronavirus. De los infectados originales no quedó nadie. Pero el virus se esparció por el mundo antes que nadie atinara a detenerlo. Los doctores del Comité Sanitario Militar, Chou y Wang, sacrificaron sus vidas en silencio. Nadie volvió a saber de ellos.

No sabían que todos los que esa noche llegaron al Hospital de Wuhan buscando alivios a cuitas diversas morirían sin que el mundo a su alrededor atinara a saber que había sido de ellos.

Según Li-Meng Yan, la evidencia muestra que el SARS-CoV-2 es un producto de laboratorio creado utilizando los coronavirus de murciélago ZC45 y / o ZXC21 como base.

Sobre esta base, postula que el SARS-CoV-2 pudo lograrse de forma sintética en aproximadamente seis meses.

La unión al receptor RBM dentro de la proteína Spike de SARS-CoV-2, que determina la especificidad del huésped del virus, se asemeja al del SARS-CoV de la epidemia de 2003 de una manera sospechosa. La evidencia genómica sugiere que la RBM ha sido manipulada genéticamente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *